Cuando por la tarde vuela la lechuza de Atenea


Hace diez años, Kishore Mahbubani, diplomático y filósofo de Singapur, advertía, en una nota breve escrita al aparecer el ensayo “¿Choque de Civilizaciones?” de Samuel P. Huntington, la honda sensación de incertidumbre frente al futuro que era posible percibir en las principales capitales del mundo Occidental. Para el perceptivo pensador oriental, la seguridad con que Occidente afirma la potencia de su propia dominación, había comenzado a ceder para ser sustituida por una amarga melancolía, una creciente incertidumbre y un claro sentimiento de acoso. ¿Acaso la contemplación de factores como el ascenso del este de Asia, el derrumbe de Rusia y su imperio, y el nacimiento del Islam fundamentalista habían terminado amargando el espíritu occidental y tiñendo de tono gris su filosofía? Cuando, en las almas más perceptivas, es posible advertir las heridas provocadas por la visión del vuelo vespertino de la lechuza de Atenea, la seguridad muta en una sensación de acoso, y el miedo y el pavor se esparcen por el Mundo. En efecto, la comprobación de que el poder está gradualmente cambiando de manos y pasando de una civilización a otra puede ser, para algunos, noticia placentera, pero no bienvenida por un espíritu maduro que conoce demasiado bien que aún no existen las condiciones para reemplazar el liderazgo de Occidente y los peligros asociados con el repliegue occidental. Por esta razón, la posibilidad misma podría provocar más temor en el resto del mundo, poco dispuesto a volver experimentar los horrores generados en cambio drástico de las placas tectónicas de la historia mundial.

Aunque Kishore Mahbubani tuvo hace 11 años esta poderosa intuición y probablemente pasó inadvertida en los años noventa, posee, en el presente, una sorprendente actualidad e incluso parece adquirir una mayor intensidad. El domingo pasado, por ejemplo, se reunieron los ministros de las naciones más poderosas del planeta para discutir los dos problemas principales que aquejan la economía mundial: el incremento en el precio del petróleo y el efecto de la expansión de China. Como es usual, una prensa algo aburrida resumió y comentó la reunión. Pudo, sin embargo, advertirse en los comentarios más informados, un cultivado cinismo cuando, con razón, nos decían que poco o nada podían hacer los ilustres dignatarios para concordar una política para remediar la situación. La reunión del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial terminó también con un tono que sonó, por primera vez en mucho tiempo, a invocación o simple sugerencia.

En efecto, la idea que fue la crisis financiera del 97 el evento crucial que, en realidad, cerró el siglo XX podría imponerse en los años por venir. Con ella, se inició la cadena de acontecimientos que preparó el ascenso de China a la categoría de primera potencia. La primera manifestación fue el cambio drástico en la estructura del comercio exterior en todas las economías del sudeste asiático, que, en rápida sucesión, pasaron a depender comercialmente de China. Como consecuencia, las manufacturas chinas se convirtieron en el gran taller del mundo, iniciando una rigurosa expansión comercial. El proceso provocó un fuerte incremento en las tasas de crecimiento, y la concentración creciente de las corrientes de inversión extranjera en el gigante amarillo. La maduración del proceso comenzó a hacerse evidente a finales del año pasado, cuando el mundo, entretenido por la aventura militar de EEUU en el Medio Oriente, advirtió un incremento notable en el precio de las materias primas como el petróleo y los metales, y los principales alimentos. Alza particularmente evidente en el caso del petróleo, cuyo precio pasó de veinte a cincuenta dólares el barril. Inicialmente, se atribuyo el alza al desorden introducido por la invasión americana en las principales zonas productoras, y muchos anticiparon un rápido retorno del precio del petróleo a los niveles previos a la guerra. No obstante, el precio no descendió, e incluso se mantuvo, ya que el análisis original había advertido que la real razón del incremento estaba en la expansión de la demanda. En efecto, al aumentar la opulencia de la sociedad china, se eleva también el consumo de determinados bienes intensivos en el uso de energía, como los combustibles, el alumbrado publico, la televisión, etc. Los chinos ya no montan en bicicleta, y Pekín tiene 10 millones de automóviles, cuya demanda crece a una tasa exponencial, de modo que, en diez años, habrá un total de 120 millones de vehículos en todo China. Es claro que ya no es factible hacer proyección económica alguna sin considerar a China, el gigante que recién despierta.